Modernizar el riego es clave para un agro más competitivo y sostenible
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Tecnología y eficiencia energética se vuelven aliadas estratégicas para un riego más inteligente, con menos costos y mayor sustentabilidad.
En un contexto de alzas sostenidas en las tarifas eléctricas y una crisis hídrica que ya se extiende por más de una década, el uso eficiente del agua y la energía en los sistemas de riego se ha vuelto una necesidad urgente para la agricultura chilena. Tecnologías como el riego por goteo, la automatización y los sensores de monitoreo no solo permiten optimizar el recurso hídrico, sino que también reducen significativamente el consumo eléctrico asociado al bombeo.
De acuerdo a datos del último Censo Agropecuario, la superficie regada del país es de aproximadamente 1,2 millones de hectáreas, de las cuales un 25% cuenta con sistemas de riego tecnificado, como aspersión y entrega localizada. Según el mismo censo, la mitad de estos sistemas fueron bonificados a través de la Ley N°18.450. Estos números reflejan que una gran parte del agro chileno aún depende de métodos tradicionales como el riego por surcos o inundación, que si bien requieren menor inversión inicial, resultan poco eficientes en el uso del agua y demandan más energía, especialmente al operar bombas para extracción desde pozos profundos.
La presión hídrica también ha impulsado iniciativas para adaptar el riego a condiciones extremas, como las del desierto de Atacama. En regiones como Arica y Tarapacá, investigadores y agricultores están incorporando tecnologías de depuración de aguas residuales, humedales artificiales y sistemas hidropónicos autosustentables que permiten producir con hasta un 80% menos de agua. Estas soluciones, muchas veces impulsadas por proyectos, como AgroDesierto, demuestran que el riego eficiente también es clave para diversificar cultivos en zonas donde antes parecía inviable hacerlo.
Tecnificar el riego: una inversión que reduce costos
El riego por goteo funciona a baja presión, lo que se traduce en un menor requerimiento energético en comparación con la aspersión o los sistemas superficiales. A esto se suma la posibilidad de automatizar los tiempos y frecuencias de riego mediante sensores de humedad, estaciones meteorológicas o plataformas digitales, que permiten regar solo cuando es necesario.
Además del ahorro directo en agua y electricidad, el riego inteligente permite anticipar decisiones estratégicas en función del estado real del cultivo. Sistemas basados en inteligencia artificial pueden cruzar datos de sensores con pronósticos climáticos, ajustando automáticamente los volúmenes de riego. Esta tecnología, cada vez más accesible, se posiciona como una herramienta esencial en una agricultura que debe producir más con menos.
Casos documentados en la región de Ñuble, impulsados por la Comisión Nacional de Riego (CNR), muestran que la incorporación de tecnologías como variadores de frecuencia, motores de alta eficiencia y monitoreo remoto puede generar una disminución importante en el consumo eléctrico, especialmente cuando se combina con riego localizado. En zonas donde el riego se realiza con agua extraída a gran profundidad, esta eficiencia puede traducirse en ahorros significativos para el productor.
Además, organismos como INDAP y la propia CNR han impulsado el uso de energías renovables en el agro, integrando paneles solares en sistemas de riego para pequeños y medianos agricultores, permitiendo operar bombas con un costo energético cercano a cero una vez instalado el sistema.
En esta misma línea, surgen nuevas soluciones basadas en economía circular para mejorar la calidad del agua utilizada en riego. Un ejemplo innovador es el uso de residuos agrícolas como cáscaras de nuez o tallos de maíz para eliminar boro del agua mediante adsorción. Esta técnica, aún en fase experimental, podría ofrecer una alternativa de bajo costo y alto impacto ambiental positivo, especialmente en regiones áridas donde la calidad del agua es un obstáculo productivo.
La eficiencia energética no solo tiene un impacto económico: también contribuye a reducir la huella de carbono del sector agrícola. Según la FAO, la energía utilizada en la producción de alimentos representa cerca del 30% del consumo energético mundial. Por eso, cualquier mejora en el uso de energía dentro del predio contribuye también a los compromisos climáticos que Chile ha asumido como país.
La agricultura chilena también enfrenta otros desafíos estructurales como la escasez de mano de obra, la variabilidad climática y la necesidad de mantener la competitividad. Frente a este panorama, las soluciones tecnológicas aplicadas al riego ofrecen múltiples beneficios simultáneos: mayor productividad, menor huella ambiental y mejor adaptabilidad ante temporadas impredecibles.
En este Mes de la Eficiencia Energética, es clave reconocer que el riego tecnificado no solo permite enfrentar la escasez hídrica y el alza de los costos energéticos, sino que también representa una de las herramientas más concretas para construir una agricultura más resiliente, competitiva y sustentable. Modernizar el riego no es solo una mejora técnica: es una apuesta estratégica para el presente y el futuro del agro chileno.