La agricultura digital es el presente: ya está ayudando a producir más con menos

Yordi Norero, ingeniero agrónomo UC y Máster en Agricultura Digital, explica cómo las tecnologías como sensores, automatización e inteligencia de datos están cambiando la forma de trabajar el campo. Su impacto va más allá de la productividad: también están transformando la eficiencia energética del agro.
La digitalización ha llegado al campo para quedarse. Lo que hace unos años parecía solo una promesa hoy es una realidad en múltiples zonas agrícolas, donde sensores, plataformas de gestión, riego automatizado y análisis de datos ya permiten tomar mejores decisiones, ahorrar recursos y avanzar hacia una agricultura más sostenible.
Para profundizar en este fenómeno, conversamos con Yordi Norero, ingeniero agrónomo de la Universidad Católica, asesor técnico y académico, y uno de los especialistas en agricultura digital más activos del país. Con un Máster en Agricultura Digital y experiencia en múltiples zonas productivas, Norero nos entrega su visión sobre el potencial de estas herramientas y su impacto concreto en la eficiencia energética del agro.
Para comenzar, cuéntanos brevemente cómo llegaste a especializarte en agricultura digital y por qué decidiste enfocarte en esta área.
Mi camino hacia la agricultura digital surgió desde la necesidad en terreno. Como asesor técnico e incluso como agricultor, me tocaba constantemente hacer extensos recorridos por los campos, muchas veces sin lograr una inspección realmente eficiente o eficaz. Eran verdaderos “paseos” donde costaba ubicar los problemas productivos. Fue en ese contexto, alrededor del año 2009, cuando comencé a experimentar con drones, una tecnología que en ese entonces estaba en su fase inicial y enfocado al ámbito policial y militar. Entonces, vi de inmediato su potencial en el Agro, el poder generar una “radiografía” aérea del predio observando la totalidad de las plantas y detectar con precisión las zonas con problemas antes de recorrer el campo. Eso cambió radicalmente la forma en que hacía asesorías e incluso me llevó a fundar una empresa que prestara estos servicios durante los últimos 10 años.
A partir de ahí, también empecé a formarme en otras tecnologías que hoy componen lo que entendemos como agricultura digital: sensores, plataformas de monitoreo, IoT, inteligencia artificial, entre otras. Y lo más relevante es que todas ellas permiten trabajar bajo un enfoque de agricultura basada en datos, donde las decisiones agronómicas ya no dependen solo de la intuición o la experiencia, sino que pueden ser justificadas, trazables y evaluadas. Poder argumentar una dosis de fertilizante, un manejo fitosanitario o una programación de riego con datos concretos cambia la conversación con el productor: da seguridad, permite medir resultados y mejora la confianza en los procesos técnicos. Esa objetividad que entregan los datos fue, para mí, el gran salto que me convenció de especializarme en este camino.
Desde tu experiencia, ¿cómo defines la agricultura digital y qué tecnologías clave la componen actualmente?
La agricultura digital es una forma moderna de hacer agricultura. Su gestión se centra en la utilización de datos, donde las decisiones de manejo se sustentan en información objetiva. Representa la evolución de lo que comenzó hace más de 30 años con la agricultura de precisión centrada en la variabilidad espacial y el uso eficiente de insumos, combinada hoy con herramientas propias de la agricultura inteligente, como sensores, equipos o maquinaria conectada a internet o IoT, plataformas de gestión, inteligencia artificial, automatización y robótica agrícola.
Actualmente, la agricultura digital abarca un amplio portafolio de productos y servicios, que incluyen la recopilación continua de datos desde el suelo, las plantas, el clima y los equipos agrícolas. Esta información es procesada mediante algoritmos y plataformas digitales, y se convierte en insumo clave para la toma de decisiones prácticas en terreno. Un componente esencial de este enfoque es la integración de los datos en Sistemas de Soporte a la Decisión o “DSS”, que permiten al agricultor o asesor tomar decisiones agronómicas más precisas, justificadas y trazables.
En definitiva, el gran valor de la agricultura digital radica en su capacidad para tomar decisiones, mejorar la eficiencia operativa, reducir la incertidumbre y aumentar la sostenibilidad del agroecosistema.
¿Qué relación directa observas entre la digitalización del agro y la eficiencia energética? ¿De qué manera las tecnologías digitales ayudan a reducir el consumo de energía en el campo?
Están directamente relacionadas la digitalización del agro y la eficiencia energética. La digitalización facilita la medición, el monitoreo y la optimización del uso de recursos, incluyendo la energía. Con datos objetivos y herramientas digitales, es posible ajustar el funcionamiento de equipos con alto consumo energético, como bombas de riego, sistemas de climatización en invernaderos o maquinaria agrícola, para que operen únicamente cuándo y dónde sea necesario, evitando así pérdidas y usos excesivos.
Por ejemplo, mediante sensores de humedad del suelo y modelos de balance hídrico, se puede activar el riego solo cuando sea estrictamente necesario, reduciendo el consumo eléctrico de las bombas. Además, la telemetría IoT permite monitorear la presión y el caudal del sistema para detectar ineficiencias o fugas que generan un uso excesivo de energía. Con plataformas digitales que integran pronósticos meteorológicos, es posible anticipar lluvias, evitando riegos innecesarios o aplicaciones mal programadas.
Otro ejemplo claro es el uso de maquinaria en el campo. Los tractores guiados por GPS, minimizan recorridos muertos y traslapes, haciendo cada operación más eficiente en términos de consumo de combustible.
La clave radica en que la digitalización transforma la manera en que se toman las decisiones: ya no se actúa por rutina o estimación, sino basándose en datos concretos. Esto permite reducir el consumo energético por unidad producida, aumentar la vida útil de los equipos y avanzar hacia sistemas agrícolas más sostenibles.
¿Cuáles son los principales avances que has visto en el uso de tecnologías en el rubro agrícola? ¿Estamos avanzando al ritmo que deberíamos?
En Chile hemos avanzado con fuerza en ciertas áreas. El riego tecnificado con monitoreo en tiempo real, la incorporación de imágenes satelitales o aéreas para seguimiento de cultivos, el uso de estaciones agrometeorológicas conectadas y utilización de robótica, al utilizar drones para pulverizar, son algunos ejemplos concretos. Además, existen iniciativas público-privadas y académicas que han impulsado la formación de capacidades en este ámbito. Sin embargo, el ritmo aún es desigual. Hay zonas o rubros más avanzados y otros donde la adopción es muy baja, ya sea por falta de conectividad, formación técnica o incentivos. Necesitamos acelerar el paso si queremos mantenernos competitivos frente a mercados globales que ya están digitalizando sus cadenas productivas.
¿Qué ejemplos concretos puedes compartirnos donde la agricultura digital haya permitido un uso más eficiente de la energía, el agua o los insumos?
Existen numerosos casos de éxito. Por ejemplo, el uso de plataformas de riego inteligente basadas en sensores de suelo y datos atmosféricos, permiten reducir entre un 20% y hasta un 50% el consumo de agua y energía en comparación con sistemas convencionales basado en “calendarización del riego”. En Chile, es común que los productores tiendan a sobre regar, por lo que es habitual observar ahorros significativos en este ámbito.
Otro ejemplo interesante es el uso de drones pulverizadores que logran ahorros significativos en energía y agua al realizar los tratamientos fitosanitarios. Además, si se cuenta antes con un mapa obtenido mediante imágenes satelitales o con drones, es posible generar zonas de aplicación específicas y focalizar el tratamiento. Por ejemplo, si el mapa georreferenciado resultante detecta la presencia de malezas en un 30% del área, esto implicaría un ahorro del 70% en el producto fitosanitario y en energía al aplicar solo donde está presente el problema, evitando tratar toda la superficie como se hace habitualmente.
¿Cuáles son hoy las principales barreras que enfrentan los agricultores para adoptar estas tecnologías? ¿Es más un problema de costo, acceso, formación o cultura?
Si, son múltiples y se combinan entre sí. El costo inicial aún es una barrera, especialmente para pequeños productores, aunque los precios han bajado considerablemente, sobre todo en ciertas tecnologías. La conectividad rural también es un desafío que limita la operación en tiempo real, pero cada vez es menor su limitación. A mi juicio, las principales barreras son la falta de formación técnica, el desconocimiento de las tecnologías y, sobre todo, la resistencia cultural al cambio. Muchos agricultores aún son escépticos y ven la digitalización como algo complejo o de alto costo. Aquí es clave el acompañamiento técnico y la demostración en terreno de que estas herramientas realmente funcionan, generan valor y aumentan la rentabilidad.
¿Qué rol crees que deben tener los asesores, universidades y políticas públicas para acelerar la transformación digital del agro chileno?
Un rol articulador fundamental. Los asesores y académicos somos clave como puente entre la tecnología y el productor, ayudando a traducir soluciones digitales en decisiones agronómicas prácticas. Las universidades deben actualizar sus mallas curriculares para formar profesionales con competencias en agricultura digital. Y desde el ámbito público se necesitan más políticas que incentiven la inversión en tecnología y subsidios que incluyan digitalización. Soy de la idea que la transformación digital debe ser parte fundamental de la estrategia país en seguridad alimentaria y sostenibilidad.
Finalmente, ¿cómo imaginas el futuro cercano de la agricultura en Chile si se logra una adopción masiva de soluciones digitales?
Lo imagino como un agro más eficiente, resiliente y sostenible. Con productores que toman decisiones más racionales al estar basadas en datos, con menores costos de producción, menor impacto ambiental, mayor productividad y calidad, donde la tecnología no solo mejora la eficiencia y la productividad, sino que también promueve la sostenibilidad y la competitividad. Pero también con una agricultura más atractiva para las nuevas generaciones, más tecnificada y con menos incertidumbre. Si logramos masificar estas herramientas, Chile puede posicionarse como un referente en innovación agrícola y producción sustentable. Pero para lograrlo, necesitamos una estrategia clara, formación continua y colaboración entre todos los actores, tanto públicos como privados.