Eficiencia energética: una nueva era para el agro chileno

Julio es el mes de la Eficiencia Energética en GreenNetwork. Durante este mes, exploraremos cómo esta práctica, combinada con el uso de energías renovables, está revolucionando el agro.
La eficiencia energética consiste en reducir el consumo de insumos, como electricidad, combustibles o agua para riego, para obtener el mismo resultado. En otras palabras, se trata de optimizar el uso de recursos sin afectar la productividad ni la calidad. En un contexto de crisis climática, esta práctica se ha consolidado como una herramienta clave para disminuir el impacto ambiental y, al mismo tiempo, mejorar la competitividad de los sectores productivos, especialmente en la agricultura, donde el gasto en insumos energéticos puede ser significativo.
En Chile, esta necesidad cobra especial sentido en el sector agrícola, debido a su alta dependencia del riego tecnificado, la refrigeración y el procesamiento postcosecha. De ahí que el foco en eficiencia energética se haya consolidado como una política pública relevante, especialmente desde el Ministerio de Energía y la Comisión Nacional de Riego (CNR), instituciones que han impulsado diversos programas para apoyar la incorporación de tecnologías limpias en predios agrícolas.
Según datos oficiales de la CNR, se han bonificado 1.741 proyectos de riego que integran energías renovables, con una capacidad instalada total de 13.852 kW y una inversión cercana a los 60 mil millones de pesos. De estos, 1.725 corresponden a sistemas fotovoltaicos, lo que refleja la creciente preferencia por soluciones solares gracias a la alta radiación del país.
Renovables en el agro: eficiencia, ahorro y menor huella
La integración de energías renovables en el agro no solo responde a una necesidad ambiental, sino también económica. Proyectos como los sistemas agrovoltaicos —que combinan cultivos con paneles solares en un mismo terreno— están demostrando beneficios económicos y ambientales concretos. Según datos de la Unión Española Fotovoltaica (UNEF), este tipo de instalaciones puede aumentar en más de un 30 % el valor económico de la tierra, mejorar entre un 60 y 70 % su productividad total, y generar mayores oportunidades de rentabilidad a largo plazo para los agricultores, además de contribuir a una mejora del entorno ambiental.
Un ejemplo nacional es el piloto liderado por Fraunhofer Chile en Lampa, El Monte y Curacaví, donde se testea el uso de paneles solares sobre hortalizas. Entre los primeros resultados destaca una superficie agrícola con 29% más humedad, lo que se traduce en un uso más eficiente del agua.
En paralelo, proyectos eólicos también comienzan a ganar terreno en predios agrícolas. El Fundo Agua Buena, en Collipulli, aloja 77 torres eólicas que generan 273 MW. Aunque la energía debe ser inyectada al sistema eléctrico nacional, los agricultores han reportado beneficios adicionales como mejoras en caminos, aumento en la seguridad y mayores ingresos por arriendo del terreno, recursos que reinvierten en los cultivos.
La tendencia apunta hacia una convivencia virtuosa entre agricultura y energías renovables. Además de reducir emisiones de gases de efecto invernadero, estas iniciativas fomentan el desarrollo local, crean empleos y revalorizan los territorios rurales.
Una oportunidad para el futuro agrícola
Chile es uno de los países con mayor potencial para el desarrollo de energía solar a nivel mundial. Su ventaja climática, sumada a incentivos estatales y avances tecnológicos, abre una ventana para que cada vez más agricultores den el paso hacia un modelo de producción más eficiente y resiliente.
Tal como señala Luis González, gerente comercial de Solcor Chile —empresa que ha desarrollado proyectos solares en viñas y agroindustrias nacionales—, la inversión en energía solar se recupera entre 5 y 6 años y puede durar hasta 25 años con mantenimiento adecuado. Además, permite estabilizar costos energéticos, protegerse ante alzas tarifarias y mejorar la imagen ambiental del negocio agrícola.
La eficiencia energética no es solo un concepto técnico. En el agro, representa una herramienta de adaptación al cambio climático, una vía para reducir la presión sobre los ecosistemas y una apuesta concreta por una agricultura más limpia, moderna y rentable.