Agricultura chilena y resiliencia climática: prácticas regenerativas y tecnología para un nuevo modelo agroproductivo

Frente a los desafíos del cambio climático, la agricultura chilena avanza hacia un modelo más robusto y sostenible. Prácticas regenerativas como el manejo del suelo vivo, el impulso a tecnologías aplicadas en el campo y la promoción de la innovación desde los territorios están marcando una nueva hoja de ruta para la adaptación.
En 2025, la agricultura nacional enfrenta una realidad compleja, marcada por la escasez hídrica prolongada, la variabilidad meteorológica y los impactos acumulativos del cambio climático sobre la productividad y los ecosistemas. Lejos de recurrir solo a estrategias de contención, el agro chileno comienza a redefinir su relación con el entorno, apostando por modelos más resilientes, eficientes y sostenibles.
La resiliencia climática ya no es una opción teórica, es una necesidad operacional para los productores agrícolas. Esta transformación se expresa en múltiples frentes, pero tres áreas clave destacan: el manejo regenerativo del suelo, la integración de tecnologías adaptativas con sentido ambiental y la inversión en innovación desde los territorios.
Durante décadas, la productividad agrícola se centró en maximizar los rendimientos, muchas veces a costa de degradar la estructura y vida biológica del suelo. Hoy, esta visión está siendo reemplazada por una comprensión más profunda del suelo como un ecosistema complejo y dinámico que cumple funciones esenciales para la resiliencia: retención de agua, captura de carbono, disponibilidad de nutrientes y amortiguación frente a fenómenos extremos.
El concepto de “suelo vivo” ha ganado fuerza entre productores, asesores técnicos y organismos públicos. Su manejo implica prácticas como la rotación de cultivos, incorporación de materia orgánica, cobertura vegetal permanente y la utilización de bioinsumos, como microorganismos benéficos, extractos vegetales o bioestimulantes naturales, que restauran la microbiota del suelo, mejoran su estructura física y fortalecen las defensas naturales de las plantas.
Estas prácticas permiten reducir la dependencia de insumos sintéticos, optimizar el uso del agua y aumentar la capacidad de adaptación del sistema productivo. En regiones afectadas por sequías prolongadas como Coquimbo o Valparaíso, su implementación ha significado un cambio radical en la eficiencia productiva y en la sostenibilidad de largo plazo.
Otro pilar de la resiliencia agrícola está en la integración de soluciones tecnológicas inteligentes, diseñadas específicamente para condiciones de estrés hídrico, térmico o de baja disponibilidad de recursos.
Sensores remotos, estaciones meteorológicas de precisión, plataformas de análisis de datos y sistemas de riego automatizado han dejado de ser herramientas del futuro; hoy son parte activa del presente en explotaciones agrícolas que buscan sostener su producción en escenarios inciertos. Estas tecnologías no solo permiten una toma de decisiones más informada y oportuna, sino que además ayudan a prevenir pérdidas, disminuir el uso de recursos y aumentar la trazabilidad de los procesos agrícolas.
La digitalización de la agricultura, cuando se implementa con foco en el clima y la sostenibilidad, se convierte en una aliada estratégica para pequeños y grandes productores. La colaboración entre empresas tecnológicas, universidades, centros de innovación y agricultores ha sido clave para adaptar estas herramientas a la realidad chilena, con sus diversas zonas agroclimáticas y escalas productivas.
En esa línea, la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) lanzó este año la Convocatoria Nacional de Proyectos 2025, con énfasis regional, con el objetivo de impulsar soluciones innovadoras en el sector agropecuario, forestal y de la cadena agroalimentaria. Esta convocatoria busca promover iniciativas que respondan a problemáticas climáticas y territoriales concretas, apoyando proyectos que fomenten la sostenibilidad, la eficiencia hídrica y la transformación productiva con enfoque local. Su impacto será clave para escalar tecnologías adaptativas y fortalecer capacidades regionales en la gestión del riesgo agroclimático.
El fortalecimiento de la resiliencia climática en el agro chileno no se basa únicamente en proyectos o programas aislados, sino en una transformación cultural del sector. Una transformación que implica valorar el conocimiento local, recuperar prácticas ancestrales, integrar nuevas tecnologías y, sobre todo, adoptar una mirada de largo plazo en cada decisión productiva.
En un país donde más del 80% del territorio es susceptible a la desertificación y donde la agricultura representa una fuente crítica de empleo y alimentos, apostar por la resiliencia climática es también apostar por la estabilidad económica, el desarrollo territorial y la justicia ambiental.
Hoy más que nunca, el desafío no es solo producir más, sino producir mejor: con menos agua, con suelos vivos, con sistemas agroforestales diversos, con insumos naturales, con monitoreo satelital y con comunidades rurales capacitadas para adaptarse y prosperar.
Desde GreenNetwork, creemos que visibilizar estas experiencias y trayectorias de cambio es esencial para inspirar y acelerar la transición hacia una agricultura más resiliente, regenerativa y capaz de enfrentar con dignidad los desafíos del clima que ya está entre nosotros.