Manejo eficaz del agua impulsa la resiliencia climática agrícola
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El cambio climático ha transformado el acceso al agua en un factor crítico para la seguridad alimentaria. Ante la creciente escasez hídrica, el sector agrícola debe adaptarse mediante innovación, eficiencia y una nueva gobernanza del recurso.
La escasez hídrica es un desafío urgente: en la zona centro-sur de Chile se prevén déficits de agua moderados a severos al menos hasta enero de 2026, según el pronóstico global de ISciences. Esta realidad refuerza la necesidad de gestionar el agua de forma eficiente en la agricultura para garantizar seguridad alimentaria y sostenibilidad.
Más allá de su rol en la producción de alimentos, el agua es esencial para el crecimiento económico y el empleo. Sectores clave como la agricultura, la energía y la industria dependen directamente de su disponibilidad. La historia reciente lo ha demostrado: durante la sequía de Ciudad del Cabo en 2018, más de 20.000 trabajadores agrícolas perdieron sus fuentes de ingreso. En contraste, invertir en agua ha demostrado ser una estrategia efectiva para impulsar el desarrollo. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo, se estima que un nuevo programa de acceso al agua generará cerca de 30.000 empleos.
La agricultura utiliza cerca del 70% del agua dulce extraída a nivel global, y su rol será aún más determinante en las próximas décadas. Para 2050, se estima que la producción agrícola deberá aumentar en un 70% para alimentar a una población mundial que superará los 10.000 millones de personas. Pero este desafío se enfrenta a una paradoja: será necesario reasignar entre el 25% y el 40% del agua a actividades más productivas, lo que exigirá una transformación profunda en la forma en que se gestiona el recurso en el sector agrícola.
La agricultura de regadío, aunque representa solo el 20% de la superficie cultivada del planeta, genera el 40% de la producción mundial de alimentos. Su productividad es al menos el doble en comparación con la agricultura de secano. Por ello, mejorar la eficiencia de los sistemas de riego, especialmente en zonas afectadas por el estrés hídrico, será clave para garantizar la seguridad alimentaria sin comprometer la disponibilidad de agua para otros sectores.
A pesar del potencial transformador de las nuevas tecnologías, menos del 10% de las empresas de suministro de agua en países de ingresos bajos y medios utilizan herramientas como inteligencia artificial, sensores, análisis de datos o gemelos digitales. Sin embargo, estas innovaciones ya están cambiando el paradigma en regiones donde se aplican: permiten monitorear en tiempo real la calidad del agua, detectar fugas, optimizar el riego y anticipar escenarios de escasez.
La agricultura de precisión, con técnicas como el riego por goteo, ha demostrado ser una de las formas más eficientes de uso del agua en el campo. Este sistema entrega dosis exactas de agua directamente a las raíces de las plantas, lo que reduce pérdidas por evaporación o escurrimiento. Respaldado por la FAO y alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el riego por goteo representa una de las mejores estrategias para aumentar la productividad y reducir el consumo hídrico.
El desafío no es sólo técnico, sino también institucional. Muchos países enfrentan políticas hídricas fragmentadas, incentivos distorsionados y falta de coordinación entre entidades responsables del agua y la agricultura. A esto se suma la insuficiente inversión en mantenimiento de los sistemas de riego, lo que perpetúa el ciclo de "construcción–abandono–reparación". Sin un entorno propicio y con reglas claras, incluso las mejores tecnologías pierden efectividad.
Por eso, se necesita avanzar hacia una gobernanza del agua más moderna, que incluya mejor regulación, participación activa de los usuarios, incentivos a la inversión privada y el uso de modelos de gestión mixtos. Además, es clave integrar el manejo del agua agrícola dentro de un enfoque más amplio de seguridad hídrica nacional.
La mejora de los sistemas de riego, tanto en pequeña como en gran escala, no solo es una respuesta técnica a la escasez de agua, sino también una vía concreta para dinamizar las economías rurales. Las obras de infraestructura hídrica representan una fuente directa de empleo y desarrollo local, al tiempo que permiten aumentar la producción y diversificación de cultivos.
El agua no es solo un insumo: es un habilitador de progreso. Invertir en su uso eficiente, especialmente en el agro, permitirá construir sistemas alimentarios más resilientes, proteger el empleo rural y fomentar un crecimiento económico sostenible. El desafío es grande, pero también lo es la oportunidad. La seguridad hídrica del futuro empieza con decisiones que tomamos hoy.