Diversificar cultivos: una estrategia clave para enfrentar el cambio climático en la agricultura

La diversificación de cultivos no solo mejora la productividad y la salud del suelo, sino que también fortalece la resiliencia climática de los sistemas agrícolas, una necesidad urgente frente a los eventos extremos que ya afectan al agro latinoamericano y chileno.
Frente a la creciente amenaza del cambio climático, una de las estrategias más efectivas y sostenibles para el sector agrícola es también una de las más antiguas: diversificar cultivos. Esta práctica, que implica incorporar diferentes especies vegetales dentro de un mismo sistema productivo, está cobrando protagonismo en América Latina y en Chile como una herramienta esencial para mejorar la funcionalidad del agroecosistema y aumentar su resiliencia frente a fenómenos climáticos extremos como sequías, olas de calor e inundaciones.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la diversificación agrícola permite reducir los riesgos económicos y productivos derivados de la dependencia de un solo cultivo, mejora la nutrición del suelo, incrementa la biodiversidad funcional y aporta beneficios ambientales significativos, como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. En su informe “El estado de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura en el mundo”, se destaca que los sistemas agrícolas más diversos tienden a ser más productivos y estables en el largo plazo.
Chile no está ajeno a esta realidad. El país enfrenta su sequía más prolongada en más de una década, con 15 años consecutivos de déficit hídrico, según datos de la Dirección Meteorológica de Chile. En este contexto, la diversificación de cultivos no solo es una respuesta agronómica eficaz, sino una necesidad estratégica para garantizar la sostenibilidad del sector agroexportador.
El uso de cultivos de cobertura y rotaciones con leguminosas, por ejemplo, puede mejorar la estructura del suelo, reducir la erosión, aumentar la infiltración del agua y disminuir la presión de malezas y plagas. En regiones como el Maule o La Araucanía, donde pequeños y medianos agricultores están implementando prácticas de agricultura regenerativa, estas estrategias han mostrado resultados positivos en términos de rendimiento y salud del ecosistema agrícola.
Según el CIMMYT, la diversificación agrícola no consiste únicamente en sembrar distintas especies, sino en integrar cultivos con funciones específicas dentro del sistema productivo, como la mejora del suelo, el control biológico o el aporte nutricional, de modo que cada uno cumpla un rol claro en la funcionalidad del agroecosistema. Cultivos como las leguminosas no solo aportan nitrógeno al suelo, sino que ayudan a romper ciclos de enfermedades y mejoran la microbiota del suelo, aspectos críticos en un contexto de menor disponibilidad de agua y creciente presión por reducir el uso de agroquímicos.
Hacia una agricultura más resiliente y sostenible
En el marco de la resiliencia climática, tema del mes en GreenNetwork, la diversificación se presenta como un camino claro hacia una agricultura más funcional, regenerativa y con menor dependencia de insumos externos. Desde un enfoque agroecológico, esta estrategia permite rediseñar los sistemas productivos para que funcionen como ecosistemas equilibrados, promoviendo interacciones positivas entre los cultivos, el suelo, el agua y la biodiversidad.
Además, al integrar cultivos adaptados a las condiciones locales con valor comercial, los productores pueden diversificar su matriz productiva sin comprometer la rentabilidad. Diversificar cultivos con conocimiento técnico y propósito no solo permite mejorar la funcionalidad del agroecosistema, sino que representa una estrategia clave para construir sistemas agrícolas más resilientes, sostenibles y preparados para el futuro climático que ya está en marcha.