Agua, suelos, reducción de desigualdades y energía renovable, pilares de una “transformación civilizatoria”.

14-03-2025

Columna de opinión de Marco Coscione, Experto en Sustentabilidad y Comercio Justo en el marco del mes de la Agricultura Regenerativa en GreenNetwork. El es cientista político de la Universidad de Génova y Máster Oficial en América Latina Contemporánea y sus relaciones con la Unión Europea de la Universidad de Alcalá.

Cuando pienso en las bases fundamentales de una civilización sostenible pienso especialmente en estos cuatros elementos. La interconexión entre la regeneración de los suelos, la restauración de los ciclos del agua, la reducción de las desigualdades y la generación de energía a partir de fuentes renovables, de bajo impacto, es fundamental para garantizar un convivir en armonía para una población que seguirá creciendo, a ritmos distintos, pero en todos los continentes, hasta finales de este siglo.


Aunque aparentemente distantes, estas cuatro áreas necesariamente convergen hacia la búsqueda de un equilibrio ambiental y social que beneficie a todas las especies que aún habitan el planeta.


La regeneración de los suelos es esencial para la restauración de la materia orgánica, para mantener la biodiversidad, la fertilidad agrícola y la soberanía y seguridad alimentaria de los pueblos. Las prácticas de economía y agricultura regenerativas buscan devolverle a la tierra lo que durante demasiado tiempo hemos sustraídos sin pensar en el futuro. Recuerdo las sabias palabras de un campesino colombiano que me decían: “si el ser humano viviera en promedio 300 años pensaría en el largo plazo, y lo primero que haría sería plantar árboles, para cosechar un futuro distinto; pero vivimos unos 70-80 años, por tanto, la mayoría lo que busca es cortar árboles, para generar ingresos en el corto plazo”. La visión individual aún prima sobre el desafío colectivo.


Hoy la regeneración no solo permite restaurar la salud del suelo, también mejora la productividad agrícola, y contribuye a la captura de carbono y, por tanto, a la mitigación del cambio climático.


A su vez, los suelos sanos desempeñan un papel crucial en el ciclo del agua. Actúan como esponjas naturales, almacenando y filtrando el agua, lo que mejora la resiliencia ante inundaciones y sequías; y pueden reestablecer ciclos cortos del agua incluso en zonas desérticas. Además, la infiltración de agua a través de suelos sanos atrapa contaminantes, asegurando un suministro de agua más limpio para los ecosistemas y el consumo humano. Sin embargo, ¿cómo repensamos la gestión hídrica y el consumo de agua cuando los enormes grupos de computadores que alimentan las herramientas de IA como ChatGPT consumen 4 veces más de lo que se pensaba inicialmente? ¿Encontrará la misma IA la solución adecuada?


El acceso a recursos básicos como tierra y agua es, además, la base esencial para la reducción de las desigualdades. El acaparamiento de tierras, o "land grabbing", por parte de empresas o gobiernos, especialmente en los países en desarrollo (pero no solamente) es un fenómeno que está teniendo implicaciones negativas tanto en la seguridad alimentaria, como en los derechos humanos y el desarrollo sostenible.


Impulsado por la demanda de biocombustibles, la especulación financiera, la minería, la ganadería extensiva, entre otros aspectos, este fenómeno ha resultado en deforestaciones, degradación de suelos, mega incendios forestales, desplazamiento de comunidades locales, pérdida de los medios básicos de subsistencia y conflictos socio-económicos.


Si a esto le sumamos los efectivos negativos del cambio climático (con o sin “pajillas de plástico”), como los eventos extremos, inundaciones, sequías, ciclones y olas de calor, que afectan especialmente a las comunidades más vulnerables, la situación se ve dramática.


El calentamiento global, causado por el modelo de producción y consumo de nuestra civilización está provocando desplazamientos masivos de población a nivel mundial. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en la última década, más de 220 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a desastres relacionados con el clima, un promedio de 60.000 desplazamientos diarios. Además, 42 de los 45 países que registraron desplazamientos como consecuencia de un conflicto armado, también los experimentaron por catástrofes climáticas: Sudán, Siria, Haití, la República Democrática del Congo, Myanmar, Etiopía, Yemen o Somalia, son solo algunos ejemplos.


La reducción de las desigualdades y el calentamiento global están intrínsecamente relacionados con el acceso y el tipo de energía que generamos y usamos para producir, distribuir, consumir, transportarnos, etc. Según el Banco Mundial 685 millones de habitantes todavía viven sin electricidad en todo el mundo, y alrededor de 2100 millones de personas aún dependen de combustibles fósiles solo para cocinar alimentos. Pero ¿estamos seguros de que el mero cambio de las fuentes de energía en todas nuestras actividades nos salvará de los efectos catastróficos del calentamiento global?


No, no basta con cambiar la fuente de energía; también es crucial reducir drásticamente el consumo y mejorar la eficiencia en industrias, transportes y edificios; redefinir necesidades y rediseñar los modelos de producción y consumo para reducir residuos y reutilizar materiales; desarrollar nuevas tecnologías (o profundizar en las soluciones basadas en la naturaleza) para descarbonizar las matrices energéticas, capturar y almacenar cada vez más carbono. Entre otros aspectos.


Recuerdo las palabras de Alicia Bárcena, actual Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México, cuando, en abril de 2018, durante el Foro de los Países de América Latina y el Caribe sobre el Desarrollo Sostenible, como Secretaria Ejecutiva de la CEPAL señaló la necesidad de una “transformación civilizatoria”, la cual dependía de varios elementos, entre los cuales:


1) “romper con la cultura de los privilegios”, en todos los aspectos de la vida económica, social y política de los países; en las relaciones de género, en las relaciones con las comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas, etc. Los privilegios que siguen reproduciendo y profundizando las desigualdades;


2) la lucha contra la desigualdad, no contra la pobreza. Luchar contra los privilegios y la desigualdad significa, finalmente, luchar contra el abuso de riqueza;


3) romper con la cultura del business as usual y dar un “gran impulso a la sostenibilidad ambiental”, en este proceso de construcción de un nuevo paradigma civilizatorio y frente a los efectos negativos del calentamiento global.


“Este es un cambio profundo”, decía Bárcena, “que requiere de la voluntad política, no solo de los políticos, sino de toda la sociedad en su conjunto. Porque va a ser un cambio doloroso, un cambio difícil… vamos a tener que hacer renuncias importantes, vamos a tener que seleccionar”. Más claro que el agua.

En un mundo que tiene límites, debemos autolimitarnos y volver dentro de los límites de la “rosquilla” como lo grafica la economista inglesa Kate Raworth; porque, como decía el filósofo y ecologista Edward Abbey, el crecimiento sin límites es como una célula cancerosa, que termina comiéndose el mismo ecosistema que lo mantiene vivo.


Más Noticias