Hace unos 20 años el biodiesel apareció como alternativa para enfrentar la crisis energética en el mundo. Hoy algunos países como Brasil han establecido ya biocombustibles como el etanol como una alternativa en el mercado. Sin embargo, en Chile la experiencia con esta tecnología ha tenido altos y bajos, valiosos aprendizajes y generado un gran capital humano.
A principios de este año la mayor cooperativa agrícola de Brasil, Coamo, anunció una inversión de 340 millones de dólares para ingresar al mercado del bioetanol. Mientras tanto, empresas como Volkswagen tienen planeado lanzar varios vehículos “Flexifuel”, híbridos que ocupan bioetanol y electricidad destinados al mercado brasileño.
¿Qué es el Biodiesel?
En Chile una de las opciones que que se ha trabajado es el biodiesel, que es un combustible líquido que se genera a partir de aceites vegetales, el cual puede ser utilizado en vehículos que ocupen diesel. La principal diferencia con el etanol es que éste se produce de otras materias primas que son ricas en azúcares, como la caña de azúcar, en el que se ocupa un proceso biológico que es la fermentación y su uso es para reemplazar la gasolina.
Pero la realidad del gigante sudamericano es muy diferente a la chilena. En el caso de Brasil existe una industria de biocombustibles basada en la producción de caña de azúcar, con enormes extensiones de terreno destinadas a ello. Algo que en Chile resultó una limitante al momento de incursionar en este mercado.
En nuestro país, la industria del biodiesel no logró prosperar en parte debido a múltiples factores, que no permitieron que un combustible con una huella de carbono significativamente menor a la de los combustibles tradicionales despegara.
Alguien que puede hablar de esta historia es la Dra. Laura Azócar, académica de la Facultad de Ciencias UCSC Chile, quien explica que hace unos 15 años atrás se trabajó bastante con el biodiesel: «Se investigó la primera generación de biodiesel que se realizaba con materias primas que tienen aplicación en la industria alimentaria, como el aceite de raps o canola, que tuvo buenos resultados. Sin embargo, se desestimó su elaboración porque Chile no tiene suficientes suelos agrícolas, como para abastecer de aceite virgen para la generación de estos biocombustibles».
Posteriormente, se comenzó a investigar la segunda generación, donde se utilizaban residuos que evitan el uso de materias primas usadas en la industria de alimentos. Aquí se investigaron aceites residuales de frituras, como los generados de la preparación de papas fritas y se crearon procesos para eso: “Esto generó un avance significativo en la logística de recolección de aceites, lo cual es muy relevante por la contaminación que genera su vertido en el agua y el suelo. Se crearon pequeños emprendimientos que producían biodiesel con estos residuos. Pero faltaron políticas públicas que motivaran o que obligaran a la incorporación de biodiesel en motores de combustión interna. Por lo tanto, en Chile la industria del biodiesel no ha tenido un desarrollo importante”.
Un camino que de igual manera dio muchos frutos y permitió la creación de empresas que siguen hasta hoy, tal como señala Laura Azócar: «Pese a que la industria del biodiesel no tuvo el desarrollo relevante por falta de políticas públicas, sí generó un avance en la gestión de los aceites residuales, los cuales se exportan a Europa para la producción de biodiesel. Toda esta logística actualmente se ha convertido en una oportunidad para producir combustible para que la industria de la aviación utilizando estos aceites pueda aportar en la meta establecida para Chile, que es lograr un uso de 50% de combustibles sostenibles para aviación el año 2050.