Paula Aguilera, fundadora y CEO de Myconativa, conversó con GreenNetwork en el Mes de los Suelos sobre el aporte de las micorrizas para una agricultura sustentable.
La Doctora Paula Aguilera lidera la empresa MYCONATIVA, una iniciativa que surgió en la Universidad de La Frontera. Se trata del primer fertilizante basado en hongos en Chile, como resultado de múltiples investigaciones llevadas a cabo por el grupo de investigación en micorrizas, que trabaja bajo el alero de BIOREN-UFRO.
Las micorrizas son una asociación simbiótica entre hongos y las raíces de las plantas, que proporcionan una alternativa sustentable de fertilización. Esta relación se basa en la extensión de la superficie de las raíces, lo que permite una mayor absorción de nutrientes y agua del suelo. Las micorrizas forman redes subterráneas que conectan no solo a la planta con el hongo, sino también con otras plantas, facilitando la comunicación y la defensa ante enemigos naturales y condiciones ambientales adversas.
El flujo subterráneo de nutrientes y otros productos entre las micorrizas y las raíces de las plantas es fundamental para la permanencia y la convivencia sostenible de los ecosistemas. Esta asociación simbiótica ha existido por más de 475 millones de años, demostrando la importancia de estas conexiones subterráneas en la salud y el crecimiento de las plantas.
¿Cómo comienza tu historia con los hongos y las plantas?
«Esta fue una historia bien singular, porque no siempre los investigadores o investigadoras se transforman, de cierta forma, como una metamorfosis, hacia el área más de aplicación de todo lo que uno estudia durante muchos años, y que uno está contenta, fascinada con este mundo que es casi invisible, y poder descubrirlo, ver todas las aristas que tiene esta parte científica. Entonces, al final, muchos hablamos de nuestra especie de investigadores, que tenemos una forma de ver las cosas, pero cuando uno está en la aplicación, el cuento es bien distinto. Hay que tener mucho apoyo, mucha colaboración, mucha disposición también, que es lo que hemos recibido mucho desde los agricultores: una disposición a escucharnos primero, a entender cómo surgió todo, y luego ya ir intercambiando los conocimientos.»
¿Cuál es la importancia de la relación entre investigadores y agricultores?
«Hablábamos hace un par de días. Estuve en terreno cerca de Santiago, y yo les decía, mira, yo sé de hongos micorrícicos, sé de algo, sé harto de algo muy pequeño, pero en realidad todavía siento que me queda mucho por saber, pero es solo de esto. En cambio, ustedes, como productores, tienen que saber del clima, de cuándo hay heladas, de las enfermedades, tienen que saber de cómo conocer los fertilizantes, o sea, tienes que tener una mirada súper amplia y saber de todo. Entonces ese es el conocimiento que nosotros necesitamos que nos compartan, y nosotros podemos entregar lo poco que nosotros sabemos, y ahí vamos viendo cómo funciona, porque magia no es. Es un trabajo muy meticuloso, de día a día, que hay que invertir muchas horas de trabajo.»
¿Cómo nace Myconativa?
«La empresa es considerada un spin off universitario. ¿Por qué? Porque este conocimiento surge de una universidad, surge de todo lo que se gestó durante más de 30 años en la Universidad del Sur de Chile, Y de esta universidad, con todos esos proyectos, esos tesistas, investigadores y colaboraciones. De la Universidad de la Frontera. Que es donde se ha estudiado más este tipo de hongos. O sea, ha habido especialistas en la universidad, que han dedicado su vida hasta el día de hoy.
Yo trabajo ahora en la Universidad Católica de Temuco con Fernando Borie, quien tiene sobre los 80 años, y él partió con toda esta línea en los años 80. Entonces, imagínense que es mucho trabajo acumulado de muchas personas. Luego de eso, nosotros tomamos la decisión de desenfrascar un poco este conocimiento y decir, bueno, si es tan óptimo, ¿por qué no lo aplicamos? Entonces, ahí fue cuando surgió Myconativa, como una empresa que tomó el respaldo científico y empezó a generar toda esta línea de productos.»
¿Cómo ha evolucionado Myconativa en el contexto nacional e internacional?
«Actualmente, nosotros tenemos la residencia en la comuna de Freire, en la región de la Araucanía, pero trabajamos en todo el país y también trabajamos en Perú, y estamos abriendo otros lugares. Somos un grupo de unas 12 personas donde algunos trabajamos acá directamente en la producción de los hongos, porque hay que hacer una extracción de los hongos, una producción, una parte industrial. Entonces, hay varias personas que se encargan de todo este proceso.
Tenemos una línea de portafolio de proyectos, donde ahora estamos muy contentos porque adjudicamos recién un proyecto CORFO para incluir a otra doctora en Myconativa, para que ella se dedique también a otras formulaciones y a otra I+D que estamos llevando.»
¿Cómo se dio el paso de la academia al mercado comercial?
«En principio, nosotros éramos mucho de difusión, de divulgación. En el año 2017, a mitad del 2017, se acerca la compañía Concha y Toro, porque ellos tuvieron una asesoría del grupo francés Mercier que recomendaba el uso de estos insumos por un tema de longevidad y de salud de los viñedos. Entonces, ellos nos impulsan a salir de la academia porque pudimos entender que sí había un nicho para este tipo de productos. Que en realidad si nosotros no hacíamos esto, alguien iba a tomar esta tecnología.
Entonces empezamos con un convenio público y partimos el año 2018 trabajando, generando productos, con mucha investigación en su centro de investigación e innovación que tienen en Talca. Y luego nosotros también pudimos viajar a conocer el grupo Mercier y así se fue armando toda esta colaboración.
Y el día de hoy, Concha y Toro no solamente trabaja en una línea, digamos, comercial con Myconativa, sino que también ellos se han unido a la investigación. Tenemos proyectos en la Universidad Católica de Temuco actualmente, Proyecto Fondecit, donde ellos son parte de este proyecto y también nos aportan a todo el conocimiento de las vides.»
¿Qué tipo de investigaciones se han desarrollado en colaboración con Concha y Toro?
«Nosotros tenemos un proyecto de vides de cuatro años aquí en el sur. De hecho, en Myconativa está implementado el ensayo, donde están estas vides con inóculos de hongos micorrícicos de la zona centro y sur, entendiendo que va a haber un desplazamiento de zonas de cultivo debido al cambio climático también. Entonces ya preparándonos para ver cómo va a ser el escenario de este desplazamiento de cultivo, cómo la vid va a llegar a un suelo ácido con baja disponibilidad de fósforo y altos niveles de aluminio, y cómo estos hongos nos van a ayudar en ese proceso. Entonces ya llevamos tres publicaciones conjuntas, donde han participado distintas universidades de Chile, la Viña y la Universidad Católica de Temuco. Entonces así una colaboración tanto para unir este concepto de ciencia-empresa y ver que sí es posible hacerlo con equipos comprometidos de ambas partes y por un propósito en común. Así que de esa forma hemos ido avanzando. Después de Concha y Toro empezamos a incluir equipos técnicos y a desarrollar una parte comercial.»
¿Cuál ha sido el impacto de la colaboración con Syngenta?
«Finalmente, fue la empresa Syngenta la que nos abrió la puerta para hacer un desarrollo conjunto y poder llegar a que el producto se usara, además de entender que había muchas barreras. Los sistemas de riego de cada lugar, de cada predio; las diferencias de los suelos de cada lugar; los productos tanto de nutrición como fitosanitarios. Por lo tanto, tuvimos que ir logrando sobrepasar muchas barreras y el día de hoy tenemos un producto que tú lo puedes aplicar incluso con productos fungicidas, porque es un hongo. Entonces, si este producto biológico iba a una agricultura orgánica exclusivamente, la superficie no era tan grande como para abrir un mercado, entonces tuvimos que pasar las barreras de la agricultura convencional.
Para eso, utilizamos nuestra propia biodiversidad, lo nativo, que está acostumbrado, que está adaptado a vivir en condiciones extremas de salinidad, extremas de metales pesados, de metales como el aluminio. Entonces, generamos fórmulas y soluciones que puedan superar todas estas barreras. No solo se trata de juntar un bioreactor y generar un producto, sino que el producto sea útil, se pueda usar y que el agricultor pueda ver un efecto, como han visto hoy día los productores de papa. Por ejemplo, fui hace unos días a Teodoro Schmidt y lograron seis mil kilos por hectárea extra.»
Cuéntanos sobre la historia de los hongos micorrícicos y su evolución.
«Los hongos micorrícicos, hace 400 millones de años, ayudaron a las plantas a pasar de vivir en el agua a vivir en la tierra. Hay registros fósiles de algo parecido a unos rizomas cerca de la raíz, que son efectivamente estos hongos. Estas estructuras se denominan cápsulas. Los registros fósiles más antiguos donde se han investigado estos hongos dentro de la raíz muestran unas estructuras en forma de arbolitos, y por eso se les ha denominado arbúsculos micorrízicos. Estas estructuras son como una conexión. Se asemejan a pelos radiculares que se conectan a la raíz. Si la raíz mide 3 metros en su capacidad de exploración, con esto va a tener 30, 300 o más áreas de exploración.»
¿Cómo contribuyen los hongos micorrícicos al crecimiento de las plantas?
«Gracias a su conformación química y su tamaño en micras, pueden acceder a lugares donde las raíces no pueden ingresar para tomar agua, en los intersticios o poros más pequeños. Ahí es donde estos hongos hacen su trabajo. Es como colocarle tuberías o cañerías extra a la raíz. Al final, es algo muy simple: si quitamos toda la complejidad, lo que sucede en esas cañerías es como una carretera en dos direcciones. Por una parte, el fluido que el hongo capta del suelo se transmite a la planta y, al mismo tiempo, la planta envía azúcares y lípidos hacia el hongo para que este pueda vivir. Esta relación debería ser de simbiosis, pero no siempre lo es. A veces, cuando estos hongos son sometidos a distintos tipos de estrés, la población disminuye. El hongo trata de evolucionar y sobrevivir. Si no tiene los recursos, podría transformarse en un parásito que le genera un costo en carbono a la planta.»
¿Cómo aseguran la efectividad de los hongos micorrícicos en los cultivos?
«Ahora, como eso lo llevamos a la ciencia y como nosotros le damos una herramienta al productor para que verifique que esos hongos efectivamente están ahí, nosotros tuvimos que crear un laboratorio también. Entonces, ¿qué hacemos? Vamos donde el productor, tomamos una muestra de las raíces y vemos con un protocolo de laboratorio cuál es el porcentaje que tiene este hongo, su presencia dentro de la raíz. Entonces, yo podría saber en este momento en un huerto de cerezos, avellanos, arándanos, papas, lo que sea, si es que tengo hongos micorrícicos en mi terreno o no. También puedo hacer más análisis y profundizar, viendo qué tan activos están, pero hay que partir viendo, ¿no es cierto? Si realmente se está produciendo esta simbiosis y uno lo puede ver al microscopio. Entonces llegan las raíces, se hace el proceso de desteñirlas, un proceso de tinción, porque hay que mirar dentro de la raíz, y entonces ahí uno va cuantificando, entrega un informe y el productor dice en mi huerto de cerezos o de avellanos, tengo un 20%, o tengo un 50%, o un 5%, o no tengo nada.»
¿Qué resultados han encontrado en sus investigaciones y escrutinios recientes?
«Entonces, es importante hacer ese seguimiento y nosotros hemos realizado un escrutinio en Chile de muchos suelos. Actualmente, tenemos dos artículos publicados científicos donde también participa la viña y universidades, donde hicimos un transecto de mil kilómetros desde Ovalle hasta la Araucanía. Mil kilómetros de transecto de viñas y viñedos, donde nosotros pudimos cuantificar y ver, reportando a través de la taxonomía de estos hongos, cuáles son las especies que tenemos en nuestro país. Así como hemos hecho otros en parques nacionales y estudios asociados a distintos tipos de cultivos, ya conocemos lo que tenemos, las especies que tenemos.»